Miguel Esteban Hesayne.
De puertas adentro
De puertas adentro continuaremos compartiendo el aire
de familia que vivimos siempre con el padre obispo Miguel Esteban.
Seguiremos escuchando su insistencia en “estar al
día”, en no quedarnos, en hurgar para comenzar proyectos nuevos que ayuden a
encender fuego en la tierra. Él le ponía nombres pequeños a los sueños grandes:
eran “pinceladas” para que el evangelio empapara la realidad y no se nos fuera
por las nubes; “cartas formativas” que se podrían desplegar a lo largo del
año”; “el saludo de las buenas noches” que se transformaba casi en una mini
homilía nocturna, para que el corazón estuviera atento, en vela…
De puertas adentro,
podíamos descubrir el deseo, el anhelo, de una vida evangélica laical
que empapara lo cotidiano; y por eso acompañó abierto, aprendiendo, y dejándose
instruir por lo que el Espíritu había sembrado en Beatriz Abadía y las primeras
laicas consagradas del Instituto Cristífero. Y se fue volviendo el tronco de lo
que Betty tenía como raíz.
De puertas adentro, reconocíamos al hombre de fe, tan
padre, con detalles cubiertos de ternura; pero también el padre que te llamaba
a conversión, que te animaba y hasta te apuraba el tranco tantas veces.
Sabíamos de sus alegrías cuando descubría las cosas de Dios en el corazón de la
gente; y de su dolor cuando no encontraba el modo o la estrategia para que
cualquiera saliera del error. Perdonaba magnánimamente y también sabía pedir
perdón cuando reconocía o le parecía que se había equivocado.
De puertas adentro nos guardaremos muchos de sus
gestos simpáticos, y con seguridad los seguiremos comentando en torno a la
mesa, en la Eucaristía diaria que jamás dejó de celebrar, en el alegrarse con
un buen vino que le traían de regalo, el saborear el helado, el ofrecernos al
menos una vez al año la posibilidad de un asadito.
Y otras cosas nos las guardamos, porque de puertas
adentro, se guarda también el sano pudor de la vida entretejida en familia, no
por secretismo, o por mera autopreservación cómplice, sino porque el amor, las
risas, las lágrimas, también tienen su ámbito privado.
Ahora a abrimos un poco esta puertita, después la
historia, los tiempos por venir, dirán si más cosas habrá por compartir. Los
hombres grandes como nuestro querido padre Miguel Esteban, tienen un hogar, una
casa desde donde se despliegan… en nuestro “caso y casa”, era la sede del
Instituto Cristífero, en todos estos últimos años.
Sin duda, padre Miguel Esteban, te echaremos mucho de
menos: se presentiremos en la Misa y en la mesa, en la charla, en las anécdotas
que –cuando te gustaban- nos recontabas muchas veces.
Pasaremos por frente a la puerta de tu escritorio,
entraremos en él, veremos tus libros, tu sillón, tus fotos de familia, la cruz,
la imagen de María.
Nos seguiremos reuniendo en la capilla y será
imposible no recordar tu deseo de transmitir un “breve pensamiento” que a veces
se estiraba por el simple hecho de que no podías retener lo que te decía la
Palabra.
Veremos tal vez tu cama, donde pasaste más tiempo del
que hubieras deseado pero aceptaste no resignado sino como lo que Dios te pedía
en ese momento; y aprenderemos que a cada dificultad que traen los años se le
puede encontrar la vuelta y salir adelante buscando un recurso nuevo.
Y nos quedan
muchísimas cosas buenas, porque tu corazón era bueno, y hasta el final o mejor
dicho hasta el principio de tu caminito
al cielo, nos seguiste enseñando con tu tesón,
el respeto por el misterio de la vida que se enraíza por dentro y se
debe abrir con fuerza siempre para no quedar encerrada e ir poniendo paso a
paso, día a día, verdad, luz, justicia,
fraternidad, en definitiva, la realidad del Reino.
P. Kiko Lafforgue (Asesor Instituto Cristifero)
Fuente_María Florencia Marfia desde el Instituto Cristifero (Azul)
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