En una entrevista exclusiva al
periodista israelí Henrique Cymerman, para el diario La
Vanguardia, de España, el papa Francisco reiteró su preocupación
por la persecución que sufren los cristianos, volvió a condenar la violencia en
nombre de Dios y aseguró que todo grupo fundamentalista es violento aunque “no
mate a nadie o no le pegue a nadie”. También se refirió a la situación en Medio
Oriente, a la pobreza en el mundo, al antisemitismo, al ateísmo, a la unidad de
los cristianos, a la renuncia de Benedicto XVI y a la importancia de que la
Iglesia sea pobre y para los pobres.
Texto completo de la entrevista
¿La violencia en nombre de Dios domina
Oriente Medio?
Es una contradicción. La violencia en nombre de Dios no se corresponde con
nuestro tiempo. Es algo antiguo. Con perspectiva histórica hay que decir que
los cristianos, a veces, la hemos practicado. Cuando pienso en la guerra de los
Treinta Años, era violencia en nombre de Dios. Hoy es inimaginable, ¿verdad?
Llegamos, a veces, por la religión a contradicciones muy serias, muy graves. El
fundamentalismo, por ejemplo. Las tres religiones tenemos nuestros grupos
fundamentalistas, pequeños en relación a todo el resto.
¿Y qué opina del fundamentalismo?
Un grupo fundamentalista, aunque no mate a nadie, aunque no le pegue a nadie,
es violento. La estructura mental del fundamentalismo es violencia en nombre de
Dios.
Algunos dicen de usted que es un revolucionario...
Deberíamos llamar a la gran Mina Mazzini, la cantante italiana, y decirle
“prendi questa mano, zinga" y que me lea el pasado, a ver qué (risas).
Para mí, la gran revolución es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas
raíces tienen que decir el día de hoy. No hay contradicción entre revolucionario
e ir a las raíces. Más aún, creo que la manera para hacer verdaderos cambios es
la identidad. Nunca se puede dar un paso en la vida si no es desde atrás, sin
saber de dónde vengo, qué apellido tengo, qué apellido cultural o religioso
tengo.
Usted ha roto muchos protocolos de seguridad para acercarse a la gente...
Sé que me puede pasar algo, pero está en manos de Dios. Recuerdo que en Brasil
me habían preparado un papamóvil cerrado, con vidrio, pero yo no puedo saludar
a un pueblo y decirle que lo quiero dentro de una lata de sardinas, aunque sea
de cristal. Para mí eso es un muro. Es verdad que algo puede pasarme, pero
seamos realistas, a mi edad no tengo mucho que perder.
¿Por qué es importante que la Iglesia sea pobre y humilde?
La pobreza y la humildad están en el centro del Evangelio y lo digo en un
sentido teológico, no sociológico. No se puede entender el Evangelio sin la
pobreza, pero hay que distinguirla del pauperismo. Yo creo que Jesús quiere que
los obispos no seamos príncipes, sino servidores.
¿Qué puede hacer la Iglesia para reducir la creciente desigualdad entre
ricos y pobres?
Está probado que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que
tiene hambre. Cuando usted ve fotografías de chicos desnutridos en diversas
partes del mundo se agarra la cabeza, no se entiende. Creo que estamos en un
sistema mundial económico que no es bueno. En el centro de todo sistema
económico debe estar el hombre, el hombre y la mujer, y todo lo demás debe
estar al servicio de este hombre. Pero nosotros hemos puesto al dinero en el
centro, al dios dinero. Hemos caído en un pecado de idolatría, la idolatría del
dinero. La economía se mueve por el afán de tener más y, paradójicamente, se
alimenta una cultura del descarte. Se descarta a los jóvenes cuando se limita
la natalidad.
También se descarta a los ancianos porque ya no sirven, no producen, es clase
pasiva… Al descartar a los chicos y a los ancianos, se descarta el futuro de un
pueblo porque los chicos van a tirar con fuerza hacia adelante y porque los
ancianos nos dan la sabiduría, tienen la memoria de ese pueblo y deben pasarla
a los jóvenes. Y ahora también está de moda descartar a los jóvenes con la
desocupación. A mí me preocupa mucho el índice de paro de los jóvenes, que en
algunos países supera el 50%. Alguien me dijo que 75 millones de jóvenes
europeos menores de 25 años están en paro. Es una barbaridad. Pero descartamos
toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un
sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los
grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial,
entonces se hacen guerras zonales.
¿Y esto qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los
balances de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que
sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean.
Este pensamiento único nos quita la riqueza de la diversidad de pensamiento y
por lo tanto la riqueza de un diálogo entre personas. La globalización bien
entendida es una riqueza. Una globalización mal entendida es aquella que anula
las diferencias. Es como una esfera, con todos los puntos equidistantes del
centro. Una globalización que enriquezca es como un poliedro, todos unidos pero
cada cual conservando su particularidad, su riqueza, su identidad, y esto no se
da.
¿Le preocupa el conflicto entre Catalunya y España?
Toda división me preocupa. Hay independencia por emancipación y hay
independencia por secesión. Las independencias por emancipación, por ejemplo,
son las americanas, que se emanciparon de los estados europeos. Las
independencias de pueblos por secesión es un desmembramiento, a veces es muy
obvio. Pensemos en la antigua Yugoslavia. Obviamente, hay pueblos con culturas
tan diversas que ni con cola se podían pegar. El caso yugoslavo es muy claro,
pero yo me pregunto si es tan claro en otros casos, en otros pueblos que hasta
ahora han estado juntos. Hay que estudiar caso por caso. Escocia, la Padania,
Catalunya Habrán casos que serán justos y casos que no serán justos, pero la
secesión de una nación sin un antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con
muchas pinzas y analizarla caso por caso.
La oración por la paz del domingo no fue fácil de organizar ni tenía
precedentes en Oriente Medio ni en el mundo. ¿Cómo se sintió usted?
Sabe que no fue fácil porque usted estaba en el ajo y se le debe gran parte
del logro. Yo sentía que era algo que se nos escapa a todos. Acá, en el
Vaticano, un 99% decía que no se iba a hacer y después el 1% fue creciendo. Yo
sentía que nos veíamos empujados a una cosa que no se nos había ocurrido y que,
poco a poco, fue tomando cuerpo. No era para nada un acto político –eso lo
sentí de entrada– sino que era un acto religioso: abrir una ventana al mundo.
¿Por qué eligió meterse en el ojo del huracán que es Medio Oriente?
El verdadero ojo del huracán, por el entusiasmo que había, fue la Jornada
Mundial de la Juventud de Río de Janeiro el año pasado. A Tierra Santa decidí
ir porque el presidente Peres me invitó. Yo sabía que su mandato terminaba esta
primavera, así que me vi obligado, de alguna manera, a ir antes. Su invitación
precipitó el viaje. Yo no tenía pensando hacerlo.
¿Por qué es importante para todo cristiano visitar Jerusalén y Tierra Santa?
Por la revelación. Para nosotros, todo empezó ahí. Es como “el cielo en la
tierra”, un adelanto de lo que nos espera en el más allá, en la Jerusalén
celestial.
Usted y su amigo el rabino Skorka se abrazaron frente al muro de las
Lamentaciones. ¿Qué importancia ha tenido este gesto para la reconciliación
entre cristianos y judíos?
Bueno, en el Muro también estaba mi buen amigo el profesor Omar Abu, presidente
del Instituto del Diálogo Interreligioso de Buenos Aires. Quise invitarlo. Es
un hombre muy religioso, padre de dos hijos. También es amigo del rabino Skorka
y los quiero a los dos un montón, y quise que esta amistad entre los tres se
viera como un testimonio.
Me dijo hace un año que “dentro de cada cristiano hay un judío”.
Quizá lo más correcto sería decir que “usted no puede vivir su cristianismo,
usted no puede ser un verdadero cristiano, si no reconoce su raíz judía”. No
hablo de judío en el sentido semítico de raza sino en sentido religioso. Creo
que el diálogo interreligioso tiene que ahondar en esto, en la raíz judía del
cristianismo y en el florecimiento cristiano del judaísmo. Entiendo que es un
desafío, una papa caliente, pero se puede hacer como hermanos. Yo rezo todos
los días el oficio divino con los salmos de David. Los 150 salmos los pasamos
en una semana. Mi oración es judía, y luego tengo la eucaristía, que es
cristiana.
¿Cómo ve el antisemitismo?
No sabría explicar por qué se da, pero creo que está muy unido, en general, y
sin que sea una regla fija, a las derechas. El antisemitismo suele anidar mejor
en las corrientes políticas de derecha que de izquierda, ¿no? Y aún continúa.
Incluso tenemos quien niega el holocausto, una locura.
Uno de sus proyectos es abrir los archivos del Vaticano sobre el holocausto.
Traerán mucha luz.
¿Le preocupa alguna cosa que pueda descubrirse?
En este tema lo que me preocupa es la figura de Pío XII, el papa que lideró la
Iglesia durante la Segunda Guerra Mundial. Al pobre Pío XII le han tirado
encima de todo. Pero hay que recordar que antes se lo veía como el gran
defensor de los judíos. Escondió a muchos en los conventos de Roma y de otras
ciudades italianas, y también en la residencia estival de Castel Gandolfo.
Allí, en la habitación del Papa, en su propia cama, nacieron 42 nenes, hijos de
los judíos y otros perseguidos allí refugiados. No quiero decir que Pío XII no
haya cometido errores –yo mismo cometo muchos–, pero su papel hay que leerlo
según el contexto de la época. ¿Era mejor, por ejemplo, que no hablara para que
no mataran más judíos, o que lo hiciera? También quiero decir que a veces me da
un poco de urticaria existencial cuando veo que todos se la toman contra la
Iglesia y Pío XII, y se olvidan de las grandes potencias. ¿Sabe usted que
conocían perfectamente la red ferroviaria de los nazis para llevar a los judíos
a los campos de concentración? Tenían las fotos. Pero no bombardearon esas vías
de tren. ¿Por qué? Sería bueno que habláramos de todo un poquito.
¿Usted se siente aún como un párroco o asume su papel de cabeza de la Iglesia?
La dimensión de párroco es la que más muestra mi vocación. Servir a la gente me
sale de dentro. Apago la luz para no gastar mucha plata, por ejemplo. Son cosas
que tiene un párroco. Pero también me siento Papa. Me ayuda a hacer las cosas
con seriedad. Mis colaboradores son muy serios y profesionales. Tengo ayuda
para cumplir con mi deber. No hay que jugar al papa párroco. Sería inmaduro.
Cuando viene un jefe de Estado, tengo que recibirlo con la dignidad y el
protocolo que se merece. Es verdad que con el protocolo tengo mis problemas,
pero hay que respetarlo.
Usted está cambiando muchas cosas. ¿Hacia qué futuro llevan estos cambios?
No soy ningún iluminado. No tengo ningún proyecto personal que me traje debajo
del brazo, simplemente porque nunca pensé que me iban a dejar acá, en El
Vaticano. Lo sabe todo el mundo. Me vine con una valija chiquita para volver
enseguida a Buenos Aires. Lo que estoy haciendo es cumplir lo que los
cardenales reflexionamos en las Congregaciones Generales, es decir, en las
reuniones que, durante el cónclave, manteníamos todos los días para discutir
los problemas de la Iglesia. De ahí salen reflexiones y recomendaciones. Una
muy concreta fue que el próximo Papa debía contar con un consejo exterior, es
decir, con un equipo de asesores que no viviera en el Vaticano.
Y usted creó el llamado consejo de los Ocho.
Son ocho cardenales de todos los continentes y un coordinador. Se reúnen cada
dos o tres meses acá. Ahora, el primero de julio tenemos cuatro días de
reunión, y vamos haciendo los cambios que los mismos cardenales nos piden. No
es obligatorio que lo hagamos pero sería imprudente no escuchar a los que
saben.
También ha hecho un gran esfuerzo para acercarse a la Iglesia ortodoxa.
La ida a Jerusalén de mi hermano Bartolomé I era para conmemorar el encuentro
de 50 años atrás entre Pablo VI y Atenágoras I. Fue un encuentro después de más
de mil años de separación. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica
hace los esfuerzos de acercarse y la Iglesia ortodoxa lo mismo. Con algunas
iglesias ortodoxas hay más cercanía que otras. Quise que Bartolomé I tuviera
conmigo en Jerusalén y allí surgió el plan de que viniera también a la oración
del Vaticano. Para él fue un paso arriesgado porque se lo pueden echar en cara,
pero había que estrechar este gesto de humildad, y para nosotros es necesario
porque no se concibe que los cristianos estemos divididos, es un pecado
histórico que tenemos que reparar.
Ante el avance del ateísmo, ¿qué opina de la gente que cree que la ciencia y
la religión son excluyentes?
Hubo un avance del ateísmo en la época más existencial, quizás sartriana. Pero
después vino un avance hacia búsquedas espirituales, de encuentro con Dios, en
mil maneras, no necesariamente las religiosas tradicionales. El enfrentamiento
entre ciencia y fe tuvo su auge en la Ilustración, pero que hoy no está tan de
moda, gracias a Dios, porque nos hemos dado cuenta todos de la cercanía que hay
entre una cosa y la otra. El papa Benedicto XVI tiene un buen magisterio sobre
la relación entre ciencia y fe. En líneas generales, lo más actual es que los
científicos sean muy respetuosos con la fe y el científico agnóstico o ateo
diga “no me atrevo a entrar en ese campo”.
Usted ha conocido a muchos jefes de Estado.
Han venido muchos y es interesante la variedad. Cada cual tiene su
personalidad. Me ha llamado la atención un hecho transversal entre los
políticos jóvenes, ya sean de centro, izquierda o derecha. Quizás hablen de los
mismos problemas pero con una nueva música, y eso me gusta, me da esperanza
porque la política es una de las formas más elevadas del amor, de la caridad.
¿Por qué? Porque lleva al bien común, y una persona que, pudiendo hacerlo, no
se involucra en política por el bien común, es egoísmo; o que use la política
para el bien propio, es corrupción. Hace unos quince años los obispos franceses
escribieron una carta pastoral que es una reflexión con el título
"Réhabiliter la politique". Es un texto precioso hace darte cuenta de
todas estas cosas.
¿Qué opina de la renuncia de Benedicto XVI?
El papa Benedicto ha hecho un gesto muy grande. Ha abierto una puerta, ha
creado una institución, la de los eventuales papas eméritos. Hace 70 años, no
había obispos eméritos. ¿Hoy cuántos hay? Bueno, como vivimos más tiempo,
llegamos a una edad donde no podemos seguir adelante con las cosas. Yo haré lo
mismo que él, pedirle al Señor que me ilumine cuando llegue el momento y que me
diga lo que tengo que hacer, y me lo va a decir seguro.
Tiene una habitación reservada en una casa de retiro en Buenos Aires.
Sí, en una casa de retiro de sacerdotes ancianos. Yo dejaba el arzobispado a
finales del año pasado y ya había presentado la renuncia al papa Benedicto
cuando cumplí 75 años. Elegí una pieza y dije “quiero venir a vivir acá”.
Trabajaré como cura, ayudando a las parroquias. Ése iba a ser mi futuro antes
de ser Papa.
No le voy a preguntar a quién apoya en el Mundial...
Los brasileros me pidieron neutralidad (ríe) y cumplo con mi palabra porque
siempre Brasil y Argentina son antagónicos.
¿Cómo le gustaría que le recordara la historia?
No lo he pensado, pero me gusta cuando uno recuerda a alguien y dice: “Era un
buen tipo, hizo lo que pudo, no fue tan malo”. Con eso me conformo.+