Les compartimos que el miercoles 5 de marzo se inicia la cuaresma . Este día compartiremos el "Miercoles de ceniza" a las 20:00 hs en la comunidad San Cayetano y San José en Barrio Maldonado.
Extracto del mensaje del Papa Francisco para Cuaresma:
Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr.
2 Cor 8, 9)
Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os
sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando
las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor
Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros
con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto
para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan
necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san
Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida
pobre en sentido evangélico?
La finalidad de Jesús al hacerse pobre
no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con
su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para
causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica
del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre
nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo
que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica.
¿Qué es, pues, esta pobreza con la que
Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar
cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos
habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que
nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor
lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros.
La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin
confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de
miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La
miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos
viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus
derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el
agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de
crecimiento cultural. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en
ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas.
Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la
igualdad, a la sobriedad y al compartir.
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en
esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque
alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las
drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de
la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la
esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por
condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la
dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los
derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría
llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa
de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea
cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no
necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos
bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es
el único que verdaderamente salva y libera.
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