El miercoles 30 de abril se cumplió un aniversario más del fallecimiento
de Ernesto Sábato. Murió a los 99 años en la ciudad de Santos Lugares.
Es ubicable entre los grandes novelistas y ensayistas
latinoamericanos que han impactado (e impactan) a escala global. Además de las numerosas obras literarias es sumamente valorable su
compromiso con lo humano desde su condición de militante de conciencia. Trabajo arduamente presidiendo, a pedido del entonces presidente Raúl Alfonsín, la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas que compuso el documento “Nunca Más”. Un
intenso trabajo que significo bajar al infierno de muchas atrocidades cometidas durante la dictadura militar.
En agosto del año 2000, cuando cursé el quinto año de seminario, leí el
libro Antes del fin . Me lo devoré en una sola noche. Y me atreví a escribirle a Ernesto Sábato para expresarle lo que me generaban sus palabras. Expresé escribir ... no tipear ... en aquél entonces predominaba aún la comunicacion epistolar. Manuscrita en nuestro caso. Así que averigué la direccion de Ernesto Sábato (me la pasó el padre Efraín Sueldo Luque , la tenía en una agenda) y escribí. Lamento no haber guardado una copia de lo escrito, porque recuerdo que se me soltó la mano para expresar muchas inquietudes. A la carta la despache en una estafeta estilo rural ubicada en una de las calles de la Villa Sanguinetti en Arrecifes.
En octubre de 2000 recibí su respuesta. Abrí
ansioso la carta y me encontré con un par de líneas que conservo y valoro con mucho
aprecio. Comparto por esta vía esa respuesta que es cortita pero llenadora. Y los invito a leer algunos
pasajes del libro “La Resistencia”.
“Por la tarde me he acercado a la histórica Catedral de Salta, el santuario
donde mañana miles de creyentes celebrarán la Fiesta del Milagro. Muchos de
ellos hace días que vienen peregrinando para ofrecer sus candorosas promesas
tan simples como una flor de campo, y sus pedidos tan apremiantes como la
comida, la salud o el trabajo.
Sentado en la plaza volvieron mis obsesiones de siempre. Las
sociedades desarrolladas se han levantado sobre el desprecio a los valores
trascendentes y comunitarios y sobre aquéllos que no tienen valor en dinero
sino en belleza. A través de mis cavilaciones, me detengo a mirar a un chiquito
de tres o cuatro años que juega bajo el cuidado de su madre, como si debajo de
un mundo resecado por la competencia y el individualismo, donde ya casi no
queda lugar para los sentimientos ni el diálogo entre los hombres,
subsistieran, como antiguas ruinas, los restos de un tiempo más humano. En los
juegos de los chicos percibo, a veces, los resabios de rituales y valores que
parecen perdidos para siempre, pero que tantas veces descubro en pueblitos
alejados e inhóspitos: la dignidad, el desinterés, la grandeza ante la
adversidad, las alegrías simples, el coraje
físico y la entereza moral.
Los hombres creían ser hijos de Dios y el hombre que siente semejante
filiación puede llegar a ser siervo, esclavo, pero jamás será un engranaje.
Cualquiera sean las circunstancias de la vida, nadie le podrá quitar esa
pertenencia a una historia sagrada: siempre su vida quedará incluida en la mirada de los dioses.
¿Podremos vivir sin que la vida tenga un sentido perdurable?
Camus, comprendiendo la magnitud de lo perdido dice que el gran dilema del
hombre es si es posible o no ser santos sin Dios. Pero, como ya antes lo había proclamado
genialmente Kirilov, “si Dios no existe, todo está permitido”. Sartre deduce de
la célebre frase la total responsabilidad del hombre, aunque, como dijo, la
vida sea un absurdo. Esta cumbre del comportamiento humano se manifiesta en la
solidaridad, pero cuando la vida se siente como un caos, cuando ya no hay un
Padre a través del cual sentirnos hermanos, el sacrificio pierde el fuego del que se nutre.
Si todo es relativo, ¿encuentra el hombre valor para el sacrificio?
¿Y sin sacrificio se puede acaso vivir? Los hijos son un sacrificio para los
padres, el cuidado de los mayores o de los enfermos también lo es. Como la
renuncia a lo individual por el bien común, como el amor. Se sacrifican quienes envejecen trabajando por
los demás, quienes mueren para salvar al prójimo, ¿y puede haber sacrificio cuando
la vida ha perdido el sentido para el hombre, o sólo lo halla en la comodidad
individual, en la realización del éxito personal?”
“La capacidad de convicción de nuestra civilización es casi
inexistente y se concentra en convencer a la gente de las bondades de sus
cachivaches, que por cientos de millones se ofrecen en el mercado, sin tener en
cuenta la basura que se acumula hora a hora, y que la tierra no puede asimilar.
La globalización, que tanta amargura me ha traído, tiene su contrapartida: ya no hay posibilidades para los
pueblos ni para las personas de jugarse por sí mismos. Ésta es una hora decisiva
no para este o aquel país, sino para la tierra toda. Sobre nuestra generación
pesa el destino, es ésta nuestra responsabilidad histórica.”
Ernesto
Sábato , La Resistencia , Seix Barral , 2000