La ceremonia
se llevó a cabo junto al papa emérito Benedicto XVI y alrededor de un millón de
personas que acompañaron desde la Plaza San Pedro. Es la primera vez en la
historia de la Iglesia que dos papas participan de una canonización. Muchos
fieles de cerca de 100 países diferentes se hicieron presentes. Se observaban
muchas banderas rojas y blancas de Polonia. Buena parte de los presentes venían
de países cercanos: en colectivo, auto, bicicleta o a pie. La gente descansó en
bolsas de dormir, colchonetas inflables o sobre mantas a la espera de la celebración
en la Plaza San Pedro mientras se rezaban rosarios y entonaban canciones.
En su homilía,
que pronunció en italiano, Francisco, subrayó que los dos nuevos santos
"fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX". "Conocieron
sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más
fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos
fue más fuerte la misericordia de Dios", dijo.
"Los
santos Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de
Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron
de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se
avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a
Jesús", dijo. "Fueron dos hombres valientes, llenos de la parresia
del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad
de Dios, de su misericordia", agregó.
En su "Diario del alma", Roncalli (Juan XXIII) describe así la situación de
su familia:
"Éramos tan pobres, pero
vivíamos felices en nuestra condición y confiados en la providencia. Faltaba el
pan en la mesa, sustituido por polenta. Nada de vino para niños y jóvenes, y
pocas veces la carne. Apenas en Navidad y Pascua, un pequeño trozo de dulce
casero. La ropa y el calzado para ir a la Iglesia tenían que durar años. No
obstante, cuando un mendigo se asomaba a la puerta de nuestra cocina, donde los
chiquillos, que éramos unos veinte, aguardábamos con impaciencia el plato de un
sopón, siempre surgía un puesto, y mi madre se apresuraba a sentar en él al
desconocido a nuestro lado."
Éste es un hermoso testimonio del valor de la familia; una familia
pobre, unida en el amor, la concordia, la paz, la fe, la oración, la caridad y
la solidaridad con el prójimo necesitado. Esa pobreza, abierta a la providencia
y al compartir, fue un rasgo característico de este "Papa bueno" que
volvió a proclamar "la Iglesia de
los pobres".
El mismo Roncalli, cuando en 1953 asumió la Arquidiócesis de Venecia, se
presentó así:
"Me presento humildemente
a mí mismo. Como todos los demás de aquí abajo, gozo de una buena salud física
y tengo cierto buen sentido que me ayuda a ver pronto y con claridad las cosas.
Con una tendencia al amor de los hombres que me mantiene fiel a la ley del
Evangelio, respetuoso de mi derecho y del de los otros, y que me impide hacer
el mal a quienquiera sea; alentándome en cambio a hacer el bien a todos. Vengo
de gente humilde y fui educado en una pobreza gozosa y bendita, que tiene pocas
exigencias y que favorece el florecer de las virtudes más nobles y elevadas y
prepara a las sublimes elevaciones de la vida. La providencia me sacó de mi
pueblo natal y me hizo recorrer los caminos del mundo en Oriente y en
Occidente, acercándome a gente de religión y de ideologías diversas, en
contacto con problemas sociales, arduos y amenazadores, y conservándome la
calma y el equilibrio de la investigación y de la apreciación."
Continuando esta cuidadosa presentación, agrega un dato fundamental de
su personalidad:
"Siempre me he
preocupado, salvo la firmeza de los principios del credo católico y de la
moral, más de lo que une que de lo que
separa y suscita contrastes...
No miren a su patriarca como un hombre político o un diplomático: busquen al
sacerdote, al pastor de almas, que ejercita entre ustedes su oficio en nombre
de nuestro Señor."
"En el ejercicio diario
de nuestro ministerio apostólico sucede con frecuencia que disturban nuestros
oídos las voces de aquellas personas que tienen gran celo religioso, pero
carecen de sentido suficiente para valorar correctamente las cosas y son incapaces
de emitir un juicio inteligente. En su opinión, la situación actual de la
sociedad humana está cargada sólo de indicios de ocaso y de desgracia. Y
repiten incesantemente que nuestro tiempo se deteriora continuamente en
comparación con el pasado. Se comportan como si nada hubieran aprendido de la
historia, maestra de la vida; como si en tiempos de los concilios anteriores la
doctrina cristiana, las costumbres y la libertad de la Iglesia hubieran sido
puras y correctas. Nos (en esta expresión de "plural mayestático", el papa quiere
expresar enfáticamente su convicción personal) tenemos una opinión completamente distinta que estos profetas de desdichas, que prevén
constantemente la desgracia, como si el mundo estuviera a punto de perecer. En
los actuales acontecimientos humanos, mediante los que la humanidad parece
entrar en un orden nuevo, hay que
reconocer más bien un plan oculto de la providencia divina. Este plan persigue
su propia meta con el decurso de los tiempos, mediante las obras de los hombres
y, casi siempre, superando las expectativas de éstos."
Extracto algunas expresiones de Juan
Pablo II manifestadas el martes 7 de abril de 1987 en el aeropuerto Gobernador Castello ubicado en la localidad de Viedma:
“La evangelización no sería auténtica si no
siguiera las huellas de Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres.
Debéis hacer propia la compasión de Jesús por el hombre y la mujer necesitados.
El auténtico discípulo de Cristo se siente siempre solidario con el hermano que
sufre, trata de aliviar sus penas –en la medida de sus posibilidades, pero con
generosidad–; lucha para que sea respetada en todo instante la dignidad de la
persona humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte. No olvida
nunca que la “misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción
por la justicia y las tareas de promoción del hombre” (Discurso a la III
Conferencia general del Episcopado latinoamericano, III,
n. 2, Puebla, 28 de enero de 1979).
Mi llamado de esperanza se extiende a todos,
y en particular a los que son responsables de la vida económica y política,
para que, con empeño y sentido de justicia, aprovechéis todas las riquezas
naturales de esta región y dirijáis eficazmente todas las energías al bien
común de la Patagonia, de modo que se alcancen condiciones de vida cada vez más
humanas, y. a pesar de los rigores de vuestro clima, se pueblen más y más estas
dilatadas extensiones. A la vez, os animo a promover generosas y eficaces
iniciativas de solidaridad con los más necesitados. Que nadie se sienta
tranquilo mientras haya en vuestra patria un hombre, una mujer, un niño, un
anciano, un enfermo, ¡un hijo de Dios!, cuya dignidad humana y cristiana
no sea respetada y amada.
A todos los que padecéis necesidades
–mapuches, emigrantes, y tantos otros en el campo y la ciudad– quiero
manifestaros mi particular afecto y recordaros que sois vosotros mismos los
primeros responsables de vuestra promoción humana. No os dejéis llevar por el
desánimo y la pasividad. Trabajad con empeño y constancia por obtener las
condiciones del legítimo bienestar para vosotros y vuestras familias, y por
participar cada vez más en los bienes de la educación y la cultura. Pero no
empleéis, para lograr estos objetivos, las armas del odio y de la violencia,
sino las del amor y las del trabajo solidario, que son las únicas que conducen
a metas de verdadera justicia y renovación.”